4 de marzo de 2019
Castigo
Nosotros consideramos que la medida que tomamos debe ser consecuente con lo que ha hecho el alumno. Dejar sin un espacio porque sí y sin más trabajo quizás no es la forma de mejorar las cosas. Yo pienso que cuando un alumno hace algo que no toca y se le castiga, a menudo se ponen más nerviosos o más enfadados y en un estado de enfado o de nervios no se puede trabajar ningún conflicto. Normalmente un alumno cuando hace algo, sale de clase y se va a una sala a esperar que entre algún profesor a hacerle la bronca. De hecho, cuando yo entro en la sala, al principio (ahora ya no porque ya me conocen) siempre me decían: ¿qué, ya vienes a
echarme la bronca, no? Y yo les solía responder: no, vengo a ver cómo estás. Ya sólo diciendo esto, normalmente la actitud ya cambia, porque no esperan que vengas a ver cómo están. Ellos saben que han hecho algo mal y esperan eso: una bronca, un sermón, o lo que sea por parte del adulto. Te ven como el enemigo que no los entiende y que les da lecciones. Yo pienso que no necesitan esto, porque ya saben que lo que han hecho no está bien. Quizás no saben por qué lo han hecho, pero todo el mundo sabe detectar cuando ha hecho daño a alguien o cuando está tan nervioso que no puede controlarse. Así pues, yo intento romper con este pensamiento y les pregunto cómo están.
Si veo que levantan la mirada y me miran, a menudo les pido si puedo
sentarme con ellos. Normalmente me dicen que sí o me contestan un ¡haz lo que quieras! Pero cuando me contestan eso, les digo: ah pues sí, me sentaré. Es decir, les aviso en todo momento de lo que hago intentando romper su idea de lo que pasará (que los reñiremos y los castigaremos mientras les damos un sermón). Yo sé que en ese momento no necesitan esto porque están nerviosos y ni siquiera escuchan lo que les digo. Así que opto por buscar el acercamiento de una forma más cariñosa. Aunque piense que lo que han hecho está fatal, no es el momento de tratarlo porque me los pondría más en contra y este no es mi objetivo. Mi objetivo es que dejen de verme como la enemiga y me sientan algo cercana para que podamos hablar o que al menos no se sientan solos. Ahora bien, si me contestan: no quiero que te
sientes, o ¡vete de aquí!, yo les contesto: ¡ah vale! Entiendo que quieres estar solo, si necesitas algo estoy en la sala de profes!. Les digo esto para verbalizar que entiendo que quieran estar solos, quizás sienten vergüenza o quizás no quieren hablar de nada. A algunos les contesto: no hace falta que hablemos, ¡pero me gustaría hacerte compañía! Yo les digo esto porque pienso que a nadie le gusta estar solo cuando está enfadado o triste. Y normalmente me funciona, porque no me rechazan. Algunos me acercan la silla, otros me hacen lugar, otros me miran más, otros directamente me preguntan por qué no me siento.
Una vez que tengo este acercamiento, estoy en silencio. No les digo nada y espero que ellos hablen primero. Que se den cuenta de que aquel es su momento
de hablar, que tienen la oportunidad de expresarse libremente sin ser juzgados ni contradecidos en su explicación. Yo no los interrumpo nunca. A veces les hago alguna pregunta para saber si saben cómo se puede haber sentido el otro, pero lo hago pocas veces porque en ese momento sólo me interesa saber qué le pasa a él. Normalmente es largo hacer esto, porque a los jóvenes les cuesta confiar en ti para estas cosas. Primero necesitan estar un poco más tranquilos y luego necesitan ver que tú puedes escuchar. Sentarse en el mismo nivel que ellos es importante, si yo estoy de pie y ellos sentados no les crea un clima de confianza para hablar.
Cuando tú, como adulto, dejas ser sin pedirles que paren (porque a menudo no pueden parar y necesitan descargar
energía de alguna manera, aunque no sea la más apropiada) también se sorprenden y en el fondo agradecen que los dejes ser (siempre y cuando esté todo más o menos controlado).
El caso es que el hecho de compartir cualquiera de estas situaciones alumno-profesor hace que los jóvenes puedan verte como alguien de confianza incluso en los momentos más estresantes o más conflictivos y ven un pequeño resquicio de comprensión. (…)
Todas estas situaciones ayudan a que el alumno me vea como una igual.
A veces para que empiecen a hablar yo les cuento cómo me siento: estoy un poco preocupada por ti porque no sé qué te pasa. Me gustaría que me explicaras qué ha pasado.
Cuando expreso esta preocupación, ellos notan que alguien se preocupa por ellos y esto los hace sentir más importantes o más cercanos a mí, aunque no siempre funciona.