17 de mayo de 2019
El timbre
El timbre del portal de un edificio, normalmente de muchos pisos, es el elemento icónico que usaría para definir mi trabajo en el proyecto Medi Obert de Figueres.
Cuando voy a ver a un joven, durante el camino voy pensando en las últimas veces que nos hemos visto y en cómo están las cosas. Intentando recordar qué habíamos dicho la última vez que nos vimos y si quedó algo pendiente por hablar. A veces te pasan muchas cosas por la cabeza y te sientes cargado de elementos a contrastar. ¿Cuáles sí y cuáles no? ¿De qué manera para que resulte algo positivo y no negativo?
Por poner un ejemplo, cuando me han explicado que ha habido una discusión muy fuerte en el hogar y tengo una o más versiones, voy para allá contrastando la información.
Primero intentando entender qué pasó por medio de lo que sé y deduciendo lo que no me han querido decir. La intención es que cuando saque el tema, la perspectiva desde la que yo enfoque el conflicto sea la que más consecuencias positivas tenga para todos.
Cuando hay un problema, a veces toca ponerse más de un lado que del otro.
A veces toca intentar proporcionar un enfoque diferente del conflicto para todos. A veces toca simplemente buscar elementos de reconciliación y a veces no tienes ni idea de qué hacer y vas hacia
allí expectante para intentar entenderlo una vez allí e improvisar intentando, al menos, no liar más la madeja.
Pero muchas otras veces voy caminando hacia su casa con mucha calma, pensando en mí o empanado con el tráfico, sabiendo que conozco a la familia y que quizás les hace incluso cierta ilusión verme. Sabiendo que una vez que entre en la casa, ya saldrán cosas para hablar y hacer.
Llegas a la casa y te plantas delante del timbre. Hay un instante en que la mente se queda en blanco siempre. Abandonas los pensamientos que te acompañaban hasta allí y ya estás por aquel joven. A veces improvisando totalmente y a veces improvisando, pero con cosas que pensabas tratar, decir o hacer.
Supongo que como es un hecho, el de tocar el timbre, que pasa cada vez que tengo un encuentro con un joven, este se ha convertido en el elemento más representativo.
Al principio de conocer a un joven, cuando subo a su casa, les cuesta mucho imaginarse qué voy a hacer. Desde este primer momento, muchas veces ya hay que empezar la rotura del plan de trabajo y la improvisación. En primer lugar, hay que ver qué esperan ellos de mí. Si el primer día ya quieren aprovechar mi visita, si te plantean alguna acción, algo que quieran hablar para mejorar alguna situación, los padres, los jóvenes, de la relación entre ellos… A veces desmontan lo que tenías pensado hacer ese día y yo lo dejo desmontar.
La mayoría de las veces después de conocer a la familia, pido al joven si quiere ir a dar una vuelta o a jugar a algo en la calle, fútbol, baloncesto (siempre llevo pelotas en el coche) o ping-pong (siempre llevo dos raquetas en la mochila)… Al ser la primera o primeras visitas, el objetivo principal es caerle bien y que vea que eres de confianza. Y claro, manuales para caerle bien a la gente no existen y la gente que lo intenta con todo el mundo, ya se ve, son gilipollas. Por lo tanto, viendo como es el joven, te puedes forzar un poco para poner interés en cosas que no te importan mucho, pero sin pasarse. No puedes ser falso. Lo notarían y sería muy difícil ganarse la confianza. Después es una cuestión también de suerte y de ser de una manera que a ellos les encaje.
Es difícil porque para algunos ya llegas y están condicionados. Pueden no tener ganas de conocerte porque tienen la idea preconfigurada de que eres un elemento fiscalizador, controlador, que vas de buenas, pero en realidad quieres saber cosas y no podrás ayudar. A veces les da pereza tener que explicar según qué cosas, a veces han tenido intervenciones con cincuenta mil profesionales y están cansados de conocer a gente que no les soluciona nada. Y a veces no les caes bien por cómo eres. No sé.
Con los que sí que me gano la confianza, lo consigo por este aire de cierto desinterés inicial, como si lo fuera a conocer despreocupado, sin ideas preconfiguradas de lo que le pasa o de cómo es. Simplemente soy un tío que llega, juega con él y habla como él.
Él te va conociendo y entonces, si después de dos días de jugar, él no saca cosas, yo empiezo a tirar del hilo de algún marrón de los que sé – los que han hecho que me fuera derivado -.
A veces hay algunos que luego se «regocijan» con alguna miseria y se debe saber cuándo es el momento de quitarle importancia, A veces hay que quitarle hierro si es necesario.
Lo que es muy importante es relativizar el relato, buscando otras formas de ver la situación. Para que al menos puedan captar otras perspectivas, ponerse un poco en el lugar de las otras personas que intervienen en su follón y diversificar el pensamiento y sensaciones en torno a ello.

ilustración: Stephen England