13 de diciembre 2018
Barcelona en una mañana nublada.
Agradecimiento e impotencia.
Hoy quería hacerte una reflexión a raíz de un caso que atendí esta semana. La reflexión gira entorno al agradecimiento y la impotencia. Ella tiene 25 años, formación universitaria acabada y trabaja en el ámbito social. Es risueña, con un fino sentido del humor y con un dolor emocional grande dentro suyo fruto, principalmente, de la relación que ha tenido y sigue teniendo con su madre, una relación marcada por la humillación.
Me dice que está cansada de sus pensamientos destructivos hacia ella y hacia las personas que le rodean
(especialmente hacia su madre), de su poca autoestima, de no poder disfrutar de lo que vive y estar preocupada por las relaciones con los demás… vaya, que presenta un cuadro donde el amor propio y hacia los demás está muy herido. Por fuera aparenta tener una vida satisfecha y realizada, pero por dentro está emocionalmente carcomida.
Llevo trabajando con ella un año. Hemos localizado, hasta donde hemos podido (el mundo de la psique es tremendamente misterioso) las coordenadas de su mapa mental y emocional, localizando las fallas y las fortalezas tanto biográficas como sistémicas y corporales. En este sentido, es una de las pacientes con las que más trabajo he realizado. No obstante, y después de un año largo, tenemos los
dos la sensación de que hemos avanzando muy poquito.
Yo se lo digo abiertamente, que a veces no sé qué hacer más con ella, que todo está mapeado, con las propuestas de intervención realizadas y ejecutadas, pero no hay cambios. Ella también lo ve, aunque sí que se reconoce algunos cambios. El primero de ellos, tener más consciencia de cual es su situación. Antes de la terapia sabía que estaba mal pero no ubicaba los puntos de su malestar. Ahora tiene más claridad y eso le ha ayudado, aunque sigue atorada.
El encuentro de esta semana fue un encuentro de evaluación (hago evaluaciones trimestrales con todos los jóvenes pacientes para poder observar cambios, retrocesos y estancamientos).
De pronto, se me ocurrió decirle que sentía que su sanación estaba en agradecer todo lo que había vivido y estaba viviendo.
Ella me miro con ojos como platos y me dijo: “¿agradecer a mi madre lo que ha hecho por mí, que me ha humillado y maltratado toda su vida? ¿agradecer este estado emocional de mierda en el que estoy?” A lo que le respondí “Sí”.
Se rió y me dijo “pero eso es un giro copernicano en todo el trabajo que llevamos hecho”. “Sí”, le dije, “creo que en otras ocasiones lo habíamos hablado, pero ahora lo siento con especial claridad. Estás peleada con lo que te ha tocado vivir y mientras no te reconcilies con tu herencia y tu presente no tendrás un principio de paz.
Hacerse amigo de la realidad es de las cosas más terapéuticas que existen, aun a sabiendas que esa amistad trae consigo un saco de sal. Siento que la rendición ahora mismo es el camino.”
Nos volvimos a quedar en silencio y después la conversación transcurrió con más calma y menos excitación que al principio del encuentro (al que llegó, como casi siempre, con quejas de si misma, de su madre, de sus exparejas…).
Veremos qué consecuencias trae pero sea como sea, abrió un horizonte y esta es al final mi tarea; intentar abrir perspectivas nuevas que le sean útiles al o la joven para su crecimiento.
Esta experiencia me ha recordado aquello que leí en su día (de Peter Bourquin) y que decía que sentir
impotencia en el trabajo terapéutico era muy saludable ya que nos recuerda a los terapeutas que no somos la solución a los problemas de los pacientes, sino que la solución está ellos y nosotros y, en el mejor de los casos, nosotros podemos ser un disparador de esas soluciones que albergan dentro suyo.
Confianza plena en el camino.
Arriba luce el sol, aunque
las nubes a veces lo tapen.