29 de noviembre 2018
Barcelona. Vendavales de otoño.
Ayer estuve con la joven de la que te hablé en la carta del 5 de noviembre donde te explicaba que ella sentía miedo ante dos proyectos profesionales a los que estaba a punto de lanzarse. Trabajamos a través de una visualización ese miedo que sentía y ella acabó la sesión sintiéndose más segura, más valiente, con ganas de lanzarse a la piscina.
Bien, ayer, cuando nos encontramos para realizar la sesión, estaba llorando y, en palabras suyas, “con mareos, nauseas e inmersa en una fuerte neurosis”. Mi primera reacción fue de sorpresa y vértigo “pero ¿qué ha pasado ahora?”,
me pregunté y le pregunté. Me explicó que la semana pasada había recibido la visita de una muy amiga suya que alteró sus planes de vida. Y le digo:
“La imagen que me está viniendo es la siguiente; hace tres semanas estabas enfocada construyendo tu centro (pareja, lugar de residencia y especialmente, futuro laboral) y ha venido un vendaval (la visita de tu amiga íntima) que ha puesto patas arriba todo lo que estabas trabajando; ¿Dónde quedan los trabajos de los que me hablaste hace tres semanas? ¿Dónde queda la relación con tu pareja de la que me decías que estabas contenta y en la que os estabais centrando los dos para irla mejorando? ¿Dónde queda tu proyección de vida en Berlín?”
Su respuesta es que no lo sabe.
En el trabajo de acompañamiento terapéutico, y desde mi experiencia, hay un ingrediente fundamental:
PACIENCIA.
Respiré profundamente y me dije “paciencia Rafa, paciencia”.
Nos proponemos algo y solo hace falta que pasen un par de semanas para volver a olvidarnos de nosotros y estar de vuelta en la confusión, la neurosis y la pérdida de tiempo y energía. Hay que ser muy insistente y recordar mucho los propósitos que nos hacemos para no caer en la nube de la confusión y el sinsentido y esta es, en gran parte, mi función: recordarle al joven el rumbo que se había trazado hacia su bienestar, habiendo diagnosticado previamente las fallas y fortalezas de su sistema.
La conversación que tuvimos tuvo el efecto de recordar y en ese recuerdo encontró nuevamente centro.
Poner la casa patas arriba, aunque es legítimo, tiene un riesgo, y es que puede dar pie a querer huir de la realidad y adentrarte en la confusión. Está muy bien lo que sientes y lo que has vivido pero quizás la función de todo esto que has vivido es recordarte cuál es tu lugar actualmente, cuáles son tus compromisos y cómo seguir en ellos para crecer. Es permaneciendo en los compromisos y recordando lo que implican como se crece. Cambiarlo todo por un fuerte vendaval es sacrificar el trabajo hecho, y eso tiene un precio: neurosis y confusión, que además el cuerpo somatiza, incluso llegando a enfermar.
Por último, también reflexionamos que estos revolcones emocionales tienen, en gran parte, sus causas en dinámicas de reconocimiento y búsqueda de afecto que se originan en la infancia en la vida familiar.
La única manera de satisfacer la carencia es aceptarla y hacerme cargo de mi vida, con realismo que me viene dado por los compromisos que tomo. Permanecer, no huir, ahí está la clave aunque el ambiente postmoderno no invite mucho a esto, sino más bien al consumo de experiencias y deconstruirlo “todo” produciendo aquello que dice el refrán: a rio revuelto, ganancia de pescadores.
Cuanto menos permanezco, más volátil se convierte todo y, a la larga, mayor es la angustia existencial porque nada coge consistencia, nada coge realidad, todo es
efímero y líquido; enfermedad asegurada, ventas aseguradas, sistema asegurado acosta de las personas.
Bueno, me estoy poniendo
bastante filósofo.
Hasta aquí llego por hoy.