12 de junio de 2019
Creo que el empoderamiento se da en el contexto. La UEC (Unidad de Escolarización Compartida) donde yo trabajo, ofrece un contexto diferente, lo pone en valor y lo transforma en cuerpo de virtud. Mi papel y el de mis compañeros es mantener viva esta posibilidad. Voy a explicarme con un ejemplo:
El año antes de venir a la UEC, María (pondremos que se llama) iba al instituto. No iba mucho y las pocas veces que iba acababa expulsada. En su casa no daban valor a la escolarización, había tenido algún lío familiar, inestabilidad y falta de límites educativos.
No tenía significación hacia el éxito académico ni profesional.
Llega a la UEC y cuando se pone nerviosa por un ejercicio que la desborda, hace lo que estaba acostumbrada a hacer: llamar la atención. En vez de sacarla de la clase, sin embargo, le preguntamos qué le pasa. Nos fijamos en ella.
María se siente desatendida y sola, con emociones que no domina y siente el entorno hostil cuando alguien se fija en cómo está. Piensa que la atacan. Se trata de un ir jugando con muchas cosas para hacer posible que estos jóvenes que no encajaron en el instituto puedan estar juntos en un aula con una dinámica de trabajo establecida. Es muy importante es la regularidad, la sistematización y
el orden. Sobre todo en los espacios de trabajo.
Han vivido en el terreno de la inestabilidad durante buena parte de su vida y, como cualquier mamífero, son animales de costumbres y lo piden. Esto hace que se establezca una referencialidad directa y, lo más importante, un vínculo y, por qué no decirlo, cierto afecto. En la carrera siempre te dicen que no: que no puedes conectar emocionalmente en una relación educativa. Pero vaya, si no eres un psicópata, si te pasas dos o tres días a la semana con unas personas, acabas cogiendo cierta conexión emocional.
Por poner otro ejemplo: Dos chicas del grupo estaban más pesadas de lo normal mientras hacíamos un ejercicio.
Charlaban y distraían al grupo. Fui insistiendo en que se calmaran, hasta que estallé y les dije gritando y hablando peor de lo que suelo hacer.
Se callaron y se entristecieron. Les dolió. Lo encontraron injusto y se enfadaron igualmente, pero no me lo demostraron allí mismo montando un cristo. Se quedaron calladas y después de clase hablamos.
Me recriminaron rápidamente que las hubiera gritado, pero más que por el tono, por la ofensa y la tristeza, desde la impotencia de la injusticia. Yo reconocí haberme equivocado y ellas también por el hecho de haber molestado tanto.
Esto, a principio de curso y sin ningún vínculo forjado, no hubiera sido posible.
En vez de ser una experiencia de reconocer errores por parte de todos y ánimos conjuntos de mejora colectiva, hubiera sido una brasa de odio, frustración y alejamiento. Las hubiera gritado, se hubieran sentido atacadas y como no tienen concepción de la autoridad, hubieran levantado más la voz que yo y las habría expulsado.

¿Y qué pasa cuando te expulsa alguien
con quien no tienes vínculo, cuando ya te han expulsado muchas veces en otros contextos, cuando el valor del castigo está desvirtuado porque en casa no la han sabido aplicar al igual que el valor del apoyo y del premio? Que te sientes atacado, rechazado, en otro terreno hostil e incapaz de reconocer haber hecho nada mal.
Así pues, el hecho de haber pasado estos meses juntos, el estar allí, como siempre, de vivir muchas situaciones diferentes y haber cogido cierta aprecio y vínculo, hizo posible un ejercicio positivo, el ejercicio de aceptar errores, resolver conflictos y procurar el bien común. Sentirse en su sitio.
Desde el sentido común, conoces el modus operandi del grupo y la
posibilidad que te ofrece la elección de ejercicios y proyectos que puedan salir bien y que se conviertan en experiencias de éxito. Hacer oscilar el ritmo de trabajo en función del día que tenga el grupo, procurar no forzar la máquina, pero nunca dejarla al ralentí.
Que terminen muy cansados y hastiados de haber tenido que hacer un resumen de dos páginas, pero que en una parte inconsciente que algún día quizá sea consciente estén contentos de haber sido capaces de haber estado concentrados, haciendo algo que no les gusta, pero haber sido capaces de hacerlo sin renunciar. O que estén contentos de entrada por hacer un jardín vertical, o un mural que al principio lo ven como una mierda, pero cuando entran, cuando se empieza a materializar, lo sienten
suyo y quieren que quede bien porque es «mi proyecto y el de gente como yo».