10 de junio de 2019
Antes de continuar, me gustaría hacer hincapié en que, a menudo, los recursos de los que disponemos para trabajar con un chico/a son limitados, en el sentido de que a veces no encontramos ese recurso adecuado debido al volumen de trabajo o a la excesiva protocolariedad y el proceso para tratar según qué situaciones se alarga mucho o funciona muy lentamente. Evidentemente, no existen los recursos a medida ni inmediatos y tenemos que partir de la base de la paciencia, y a veces con los jóvenes los acontecimientos suceden de un día para otro. La ventaja, sin embargo, es que cuando una situación llega a su límite,
nosotros, como profesionales, ya debemos haber detectado posibles signos de alerta y de alguna forma tendremos que haber actuado (o eso es lo que debería pasar).
Algunos signos de alerta de que algo no va bien con un joven en el instituto podrían ser: absentismo, desmotivación ante el trabajo, bajo rendimiento en los mismos, estar más desafiante con los profesores o más desinhibido con los compañeros, conductas más disruptivas, turbarse a menudo, pelearse, aislarse del grupo, criticar el trabajo de los otros o los proyectos del instituto, no querer salir al patio, provocar situaciones de malestar a través del WhatsApp o de Google Drive en documentos compartidos, etc. Es decir, los signos de alerta pueden ir desde el extremo de
pasar más desapercibido o de aislamiento hasta los más exagerados o vistosos.
(…) Pongo un ejemplo de un alumno muy disruptivo en el aula. (…) Se decide hacer una hoja de seguimiento con (…) una norma inamovible: si hay una agresión física a un profesor o compañero, se avisa automáticamente a la madre que lo venga a buscar y quedarse en casa por el resto del día. Hay que decir que esta hoja de seguimiento es la estrategia final que se ha acordado con la familia y el alumno después de muchos intentos de reconducir su impulsividad. Todo iba muy bien hasta que un día (…) dio un golpe fuerte a un profesor fruto un poco de la excitación que llevaba el alumno encima y de la inmadurez que presenta.
Al ser una agresión, tuvimos que llamar a la madre para que viniera a recogerlo. El alumno al ver a su madre allí (…) se puso a llorar desconsoladamente y a decir que no quería irse a casa. La madre nos dijo que todo estaba muy bien, pero que una vez en casa sería castigado y que «¡su padre le iba a dar una zurra!».
Expongo esta situación porque en este caso, la familia no nos ayuda. Cuando explicamos la situación a la familia, les decimos que la consecuencia de sus actos ya la resolvemos aquí (le hacemos pedir disculpas, le hacemos irse a casa, etc.), pero a menudo las familias nos dicen que en casa también deben tener sus consecuencias y aunque nosotros no nos podemos oponer, sí podemos orientar a mejorar las cosas. No pretendemos que este alumno coja
miedo a venir en el instituto o a hacer algo que no toca e irse a casa para que le peguen. Tampoco queremos que él verbalice que «ya vas a llamar a mi madre para que me zurren» con tono de amenaza ante su conducta.
Para nosotros el objetivo es informar a la familia y que nos puedan ayudar a mejorar el bienestar de su hijo conjuntamente, pero no a través del miedo.
Un primer paso es hablar con la familia sobre qué esperamos de ella cuando les avisamos por cosas que pasan en el instituto y por qué les informamos (…), pero a veces la familia – que ya lleva su mochila encima – no responde como esperamos y nos hace difícil saber cómo trabajar con este joven.
Con este caso, decidimos trasladarlo a servicios sociales.
Servicios sociales del pueblo tiene un programa llamado Psicodona que trabaja con mujeres (maltrato, pocos recursos, falta de habilidades parentales, etc.).
Nosotros expusimos el caso para pedirles si podemos ofrecer a la madre este recurso porque creemos que es necesario que alguien pueda trabajar el conflicto que surge en casa cuando pasan cosas. Poder dar herramientas para acercarse a su hijo de una forma asertiva y no agresiva, poder explicarles cómo comprender a su hijo y sus dificultades, etc. Finalmente, quien propone a la familia este trabajo somos nosotros e informamos de este servicio, pero es la familia quien decide si acude o no.
Hay que conocer muy bien tanto los recursos de los que disponemos y su funcionamiento como los alumnos y sus familias para saber de qué forma nos podemos ayudar mutuamente.
Pienso que todo lo que expongo no debe confundirse con la falta de responsabilidad del joven ni con la autonomía. Cuando hablamos de que en el instituto ya «son grandes» y son autónomos y responsables no quiere decir que no requieran de un acompañamiento o coordinación. Ellos tienen que aprender a ser responsables y autónomos pero con este acompañamiento y comprensión, teniendo en cuenta que nos encontramos en una época muy controvertida: la adolescencia.