13 de noviembre 2018
Barcelona. Llueve.
Hoy quiero hablarte de una intervención que hice el otro día. Mi intención es ser lo más concreto para que puedas ver como se desarrolla mi trabajo hacia la Paz y el Bien y hacia el empoderamiento de los jóvenes, pues este es el propósito de este diario. […]
Te presento el caso. Tiene 27 años. Formado en el sector audiovisual y trabajando en éste. Se queja de las condiciones de su trabajo pero al menos “no es un McDonalds o Mediamarket” (entre comillas irán sus comentarios literales). […] Se encuentra “de bajón” desde hace tiempo.
Estaba yendo a una psicóloga dos veces al mes pero sentía que necesitaba aprender a gestionar mejor sus emociones y por eso vino.
Cuando me llega un joven, como hago con cualquier paciente, le paso el Test de Hartman. Digamos que para mí el test de Hartman es como la carta de navegación para un marinero. El Test me da la información de en qué punto se encuentra la persona en el momento en el que responde el test y cuáles son las vías de trabajo y cuales están obstruidas.
Cuando le pasé el test obtuve resultados respecto a la relación que tiene con el mundo exterior (aquello que le rodea: personas, cosas y sistemas) y respecto a su mundo interno, a la relación que él tiene consigo mismo.
Bien, el panorama del test era bastante desolador. Después de pasarle el test mantuve conversaciones sobre su vida, su familia, la relación con los padres, con los hermanos, episodios de la infancia, adolescencia, amigos, estudios, etc. […]
No obstante, y esta es la clave con él, muestra mucha inquietud por querer conocer “la verdad”. Literalmente dice: “no me gusta la hipocresía, no me gusta que me mientan, valoro mucho la honestidad”. Cuando empecé a detectar esta actitud en él sentí que allí estaba un posible hilo del cual tirar para ayudarle a salir del pozo en el que está y vive. […] Ha ido cultivando una sospecha interna que es algo así como: “Ok, la vida parece ser que es una mierda, la sociedad es una mierda, el sistema en el que vivimos es un fracaso y una mentira absoluta y yo
soy una mierda dentro de este sistema. Nada tiene sentido, pero, aun así, ¿hay algo más? ¿hay algo detrás de todo esto? ¿Será cierto que no hay nada mejor?”
Él esto lo ve claro, aunque va poniendo “peros” y pegas. Uno de los peros clásicos es el dinero: “quiero marcharme de donde vivo, pero no tengo dinero”.
En este sentido, en el trabajo terapéutico he de tener en cuenta las condiciones económicas y sociales del chaval. No es un trabajo en abstracto sino un trabajo que se desarrolla en unas circunstancias culturales y socioeconómicas específicas.
En cualquier caso, estas circunstancias y condiciones han de ser ingredientes a tener en cuenta pero NUNCA determinantes, sino condicionantes.
Finalmente le propongo un trato: ya que no tiene ahora la pasta para buscarse otro piso, comenzaremos el Trabajo por el lado de la vocación y dado que él es del mundo audiovisual y le gusta la antropología (esto me lo dijo en una de las sesiones), ¿por qué no hacer un documental etnográfico?
Perseguimos 2 objetivos:
A/Trabajar la vocación: ¿qué quiero hacer yo con mi vida laboral teniendo en cuenta mis intereses y gustos?
B/ Trabajar el desarrollo personal usando el proceso de elaboración del documental. En este proceso tendrá que enfrentarse a sus miedos, a sus perezas, a sus “no puedo”, “no quiero”, “no me permito”; tendrá que romper fidelidades con su sistema familiar, tendrá que
disfrazarse de otros personajes que no sean sus habituales “quejoso” “derrotado”, “abandonado” y estimular personajes proactivos, que piensen en positivo, que tengan valor para hacer lo que no está acostumbrado a hacer.
Te he de comentar que a nivel metodológico soy ferviente partidario y seguidor del aprendizaje a través de la experiencia y la acción y, en este sentido, cojo mucho del coaching y de la pedagogía progresista.
No me gusta estar mucho tiempo con el joven paciente dándole vueltas a los traumas de infancia y adolescencia. Hay que atenderlos, pero para ponerlos al servicio de la acción útil y que ayude a construir nuevos espacios interiores y exteriores en la vida del chaval.
Mi estilo terapéutico tiene un marcado sello educativo, pues es del campo del que vengo.
Sé que este proceso tendrá sus altibajos, incluso puede fracasar, pero sea lo que sea que pase le permitirá, a través de la acción, observarse y hacer consciente la máquina en la que vive, esa máquina de automatismos conformada por tres componentes: cuerpo, pensamiento y emoción y que se desarrolla en dos niveles, el consciente (que supone un 10%) y el inconsciente (que es el 90%).
Mi función es estar a su lado dándole ánimos y recursos aunque, en último término y desde el profundo respeto hacia su vida (aunque a veces duela), las decisiones son suyas y aquí radica el empoderamiento.
Él decide con qué actitud vivirse y vivir el mundo que le rodea.