22 de abril, 2019
Cuando trabajamos con las personas nos cuesta mucho establecer criterios metodológicos. Aunque, teóricamente, nuestros estudios y formación ponen mucho énfasis en establecer perfiles de jóvenes concretos, hay que tener claro que cada persona seguirá siendo un mundo y cada uno se tiene que enfrentar a los procesos de empoderamiento de manera diferente.
A nivel teórico, todos los profesionales de la educación tenemos claro que debemos seguir unos pasos, pero también debemos tener muy claro que estos pasos son totalmente modificables. De hecho, si algo caracteriza a la educación, es que no tiene una
estructura rígida, sino que se dibuja y se transforma al mismo ritmo que aprendemos y vamos estableciendo relaciones educativas. La educación es un proceso que se va construyendo de manera paralela y compartida entre educadores, educandos, agentes externos, recursos, etc., y no un conocimiento que se transmite de forma unilateral.
Evidentemente, es importante tener una formación y una estructura más o menos clara antes de iniciar cualquier acción educativa. Personalmente, hay una serie de pasos que siempre sigo: primero, deshacerme de todas las etiquetas que puedan someter al joven (etiquetas que provienen de los barrios, de la escuela…) para procurar que no condicionen la manera que tengo de relacionarme. Es
muy difícil porque vivimos en el mundo de las etiquetas, pero, precisamente por eso, esta tarea distingue a un buen profesional.
Lo segundo que siempre hago es acercarme al joven de manera personal: hablándole muy de tú a tú, tratando de establecer vínculos afectivos y transmitiéndole mucha emocionalidad.
A partir de aquí, podría dibujar una estructura con ejes y fases muy pautadas, pero entendiendo el proceso educativo como un proceso compartido, inevitablemente, los puntos y las fases se alargan, se acortan o, incluso, se saltan. En la arquitectura de los procesos de empoderamiento de los jóvenes tenemos que abanderarnos de la flexibilidad; no debemos tener miedo de romper
esquemas, desgarrar y rehacer fichas y, sobre todo, no debemos tener miedo de equivocarnos. Las estructuras están para romperlas y, por mucho que nos hayan servido una vez, es posible que no nos sirvan nunca más o que aquella estructura nos sirva para construir otra o para saber que no la tenemos que usar. Está bien tener referencias estructurales de procesos muy pautados, pero al final estos solo nos tienen que servir para empezar a construir el proceso de manera compartida, de tú a tú, con cada joven.