25 de febrero de 2019
Tengo un alumno con TEA (trastorno del espectro autista) y con un alto grado de rigidez cognitiva, normativa y social. Es un alumno que asiste al aula ordinaria, pero hay muchas dificultades de relación con sus compañeros.
Hace poco organizamos unas jornadas donde unos alumnos presentaban sus proyectos sobre el universo y otros, que habían trabajado los hábitos alimenticios, nos enseñaban cómo comer sano a partir de las tapas. (…) El alumno con TEA no quería venir ni quería que sus padres vinieran. Los padres me escribieron pidiéndome que les ayudara a convencer a su hijo de venir.
Él sabía que no era obligatorio, pero aun así, el 95% de los alumnos habían confirmado su asistencia. Aquí mi estrategia fue, en primer lugar, confirmar que el único argumento para no asistir era el horario (las personas con TEA tienen un alto grado de estructuración de sus rutinas y cualquier cosa «anormal» en esta rutina y que no pueden controlar, los provoca malestar y angustia). A partir de su entorno más de confianza, que son un par de chicos, decidí confrontarlo y mediante esto que él decidiera si venir o no, sabiendo lo que se podía perder. Por grupos preparamos todo el evento y yo me puse en su grupo expresamente.
Anticipé a los otros dos alumnos que me gustaría que habláramos sobre la importancia de venir aquella la noche y
enseñar nuestros proyectos a la gente por qué habíamos dedicado tiempo y esfuerzo y sería «guay» que nos lo valoraran. La verdad es que fue fácil porque los otros dos alumnos son bastante «motivados» y creativos y estaban encantados de hacer cosas así. Así pues, como si se tratara de una conversación espontánea, empezamos a hablar los dos alumnos y yo de qué haríamos por la noche, la hora que llegaríamos, qué enseñaríamos primero a la gente, hablamos de las tapas que algunos alumnos habían preparado y de la comida sana, etc.
El alumno con TEA solo escuchaba y de vez en cuando decía: ¡pues yo no voy a venir! Finalmente, sus propios amigos lo confrontaron con los pros y contras de venir y le señalaron que los horarios se
pueden cambiar (le reestructuraron la tarde visualmente). Por la noche, el alumno vino con su familia diciendo que había cambiado de opinión porque los horarios se pueden cambiar. A veces no intervenimos en las decisiones de los demás porque son suyas, pero sí podemos enseñar sobre qué cosas reflexionar, sin imponer ni ordenar.
(…) Así pues, hay estrategias y recursos que empoderan el entorno del joven para que ayuden al propio joven. También es cierto que como adultos debemos saber seleccionar quién puede hacer este papel apropiadamente y quién no, ya que lo tenemos que guiar para que pueda hacerlo.