8 de mayo, 2019
Sin duda, los padres son quienes más influencian a los jóvenes y favorecen, o no, su empoderamiento. Observo que cuando ha habido un buen acompañamiento y una educación positiva desde pequeños por parte de la familia – estimulante, aceptante, de forma constructiva… – la llegada a la adolescencia o juventud se hace con mayores garantías de éxito.
Yo, como educadora, tengo una dificultad añadida a la hora de persuadir y acompañar a una persona que en casa ha recibido una influencia negativa. Hacer que la persona que tengo delante sea capaz de identificar factores positivos que le ayudarían a seguir hacia
delante, y que no ha visto nunca porque su familia no las ha potenciado, es difícil.
Son factores que permiten ser resiliente y superar las dificultades de la vida. Si desde casa no hay un trabajo paralelo y lo que se hace es recurrir a la crítica, a la etiqueta o al prejuicio, si se establece un rol y se repite el mensaje de: “como cuando tenías 10 años empezaste a sacar malas notas, eres un mal estudiante”, lo que se consigue es que la persona joven perpetúe este rol que se espera de ella, ya que es el mensaje que sus padres le están dando inconscientemente.
Estas situaciones son un reto con que, como educadora, me encuentro a menudo.