10 de diciembre 2018
Ejemplifico una situación común:
Objetivo: que A y B puedan ser capaces de entender las consecuencias de la broma y que, C y D, puedan empatizar con la manera de entender la broma de A y B y ayudarles a buscar otras maneras de resolver un posible malentendido, por delante de la agresividad.
Metodología: a partir del diálogo, con las mismas preguntas para A y B y las mismas para C y D, por separado.
¿Qué ha pasado?
¿Cómo te ha afectado esta situación?
¿A quién más puede haber afectado?
¿Cómo la podrías haber resuelto?
¿Hay algo que necesites hacer/decir para
estar tranquilo con lo que ha pasado?
En esta situación en la que mi manera de actuar es la misma para A y B por un lado y por C y D por el otro, ¿cómo puedo asegurarme de que tanto A como B han salido empoderados por igual de la conversación que hemos tenido y que por lo tanto, la próxima vez tomarán otra decisión antes de escribir un WhatsApp que pueda herir sensibilidades? O bien, ¿cómo puedo asegurarme de que tanto C como D han salido empoderados por igual y que, por lo tanto, la próxima vez podrán utilizar otras estrategias a la hora de enfrentarse a otro por un posible malentendido?
Evidentemente, estas respuestas solo las podré resolver cuando vuelva a pasar una situación similar y ellos actúen de una forma u otra. Sin embargo, con este ejemplo quería clarificar que la
capacidad de respuesta de uno u otro en situaciones posteriores no sólo depende de esta experiencia, sino también de sus capacidades y habilidades tanto en el momento de tratar esta situación como en el momento posterior de nuevas situaciones. Es decir, aunque yo, como docente, utilice las mismas estrategias con todos para intentar que empaticen y aprendan de las situaciones que viven, no significa que estas funcionen por igual con cada uno de ellos.
Un factor importante y que condiciona mucho el desarrollo de la gestión de conflictos como el expuesto es el vínculo. El vínculo creado entre profesor y alumno es primordial para que exista una empatía entre ambas partes y una relación de confianza y seguridad. De esta manera no solo logramos ayudar o
acompañar al alumno, sino que también se humaniza a las personas. El vínculo es difícil crearlo en el ámbito formal con adolescentes, más cuando hay normas, aprendizajes, instrucciones a seguir, jerarquías, etc. de por medio. La visión de un adolescente de su profesor/a suele ser con un poco de distancia. […] El vínculo no es algo inmediato, sino que necesita tiempo y proximidad. Personalmente, la estrategia que utilizo para crear vínculo es preguntar o interesarme por sus intereses personales. No siempre funciona y no todos los alumnos saben qué les interesa (siempre hay el típico alumno que dice que no le gusta nada). Para saber sus intereses a menudo me ayudo de la familia, les pregunto qué les gusta hacer a sus hijos, cómo pasan el rato libre o qué videojuegos les gustan.
También aprovecho dentro del aula, ante los aprendizajes, para crear vínculo.
Pienso que les ayudo a empoderarse a la hora de gestionar conflictos, en este caso, porque pueden aprender a partir de la repetición o imitación de lo que yo hago o de cómo digo las cosas. Evidentemente, su grado de madurez será importante para entenderlo de una forma u otra, pero lo que pretendo es que sean capaces de pensar en ello durante un rato. De este modo, pueden interiorizar esta experiencia como un pequeño aprendizaje de algo, aunque sea mínimo.

Ilustración: Valentí Mambrilla